41 vueltas para entender hasta dónde llega el cuerpo… y la cabeza

Imanol Aleson

11/21/20255 min leer

Corredor de ultras con muchos años de experiencia en las piernas y una serenidad que solo da el tiempo, Imanol Aleson llegaba a la primera Backyard celebrada en Euskal Herria con una espina clavada. Había participado ya en dos pruebas de este formato —una en Galicia y otra en Catalunya— y en ambas se había quedado en la misma cifra: 35 vueltas. No fue el cuerpo quien dijo basta, sino la cabeza. Esta vez, en Usurbil y “cerca de casa”, iba a comprobar si su mente estaba preparada para ir un poco más allá.

“La motivación era ver hasta dónde puede llegar mi cuerpo, con la ayuda de mi dureza mental”, resume.

Su objetivo era sencillo de formular y difícil de ejecutar: superar esas 35 vueltas y, si se daba el caso, averiguar si sería capaz de llegar hasta el final. No había grandes artificios en su preparación ni planes de entrenamiento secretos. Imanol hizo lo que hace siempre: horas y kilómetros por el monte, como parte de su rutina. Sí admite que esta vez sumó bastantes kilómetros en bicicleta, pero sin convertirlo en un plan milimétrico.

En carrera, la estrategia fue tan simple como exigente: correr a su ritmo, siempre igual, sin contagiarse de la velocidad ni de la ansiedad del resto.

“No tenía una estrategia definida, pero he intentado hacer todas las vueltas a un ritmo similar, el mío, sin mirar a los demás y acumulando el cansancio lo menos posible”, explica.

Sabe por experiencia que el cansancio termina alcanzando a todos. Los kilómetros pesan, las piernas duelen y nadie se libra. El sueño, sin embargo, no le preocupa demasiado: los ultras le han enseñado a gestionarlo y en ese terreno se siente cómodo.

En las primeras vueltas, el pelotón es numeroso y se respira cierta tensión de respeto. Muchos corredores, muchos ritmos, muchas energías chocando. Con el paso de las horas el ambiente cambia: la gente se va desperdigando, las conversaciones se hacen más íntimas y, sobre todo, las caras empiezan a mostrar lo que las piernas callan. Aleson destaca el buen ambiente vivido: ninguna queja, mucha corrección y una sensación de compañerismo que, en este tipo de pruebas, es casi tan necesaria como el avituallamiento.

Aunque nunca llegó a plantearse seriamente abandonar, sí hubo momentos en que la lógica se le imponía a la épica. Especialmente cuando la carrera quedó reducida a un duelo entre Igon e Imanol.

“No pensé en dejarlo, pero cuando quedábamos Igon y yo sí pensé que no tenía sentido seguir dando vueltas si tenía que quedar alguno de los dos”, admite. “No gana el mejor o el más rápido, sino que cuando uno de los dos cede —porque decide cansarse, aburrirse o quedarse—, el otro se convierte en ganador”.

Aquí aparece una de las contradicciones más profundas que siente respecto al formato Backyard: la victoria depende, en buena medida, de los problemas ajenos. No es exactamente cruzar una meta antes que nadie, sino estar en pie cuando el otro, por el motivo que sea, ya no puede o ya no quiere seguir.

En medio de esas dudas, su entorno jugó un papel decisivo. Ángel y Goretti, amigos y compañeros, estuvieron a su lado vuelta tras vuelta. Compartieron momentos “preciosos”, como él mismo los define, en medio de la lluvia y el cansancio. También el público, empapado pero fiel, aguantó hasta el último instante.

“Me motivaron y todo me resultó más fácil. La gente también estuvo allí hasta el último momento, a pesar de mojarse en la lluvia. ¡Gracias a todos!”, recuerda.

La escena clave llega cuando, por fin, le toca afrontar la última vuelta en solitario. En ese momento, el resultado ya está decidido: es el ganador. La carrera, en realidad, ha terminado. Lo que queda es casi un paseo, un trámite con dorsal.

“Cuando me tocó hacer la última vuelta en solitario, me lo tomé con bastante tranquilidad: vi que era ganador y que la carrera ya había terminado”, confiesa.

Durante 13 vueltas había corrido con la sensación de estar simplemente esperando a que Igon lo dejara. Al completar la última, la cuenta final habla por sí sola: 41 vueltas. No solo supera sus anteriores 35, sino que además se lleva la victoria en el primer Backyard de Euskal Herria. Objetivo más que cumplido.

Sin embargo, los sentimientos no son tan nítidos como el número.

“Los sentimientos son muy raros y sigo pensando así”, reconoce. “No le encuentro sentido a que cuando quedan dos corredores, hasta que uno falle el otro tenga que seguir. No gana el mejor o el más rápido, sino el que queda de los dos, cuando uno se descuelga. Su victoria depende de los problemas de otros corredores”.

Y aun así, entre dudas y matices, hay un orgullo que se impone:

“Sin embargo, estoy orgulloso de ser el ganador del primer Backyard de Euskal Herria”.

Cuando mira hacia atrás, Imanol se apoya en algo que considera clave: la experiencia. Los años en carreras de ultra distancia le han dado un conocimiento muy fino de su propio cuerpo y de su cabeza.

“Tengo años de experiencia en carreras de ultras y como soy mayor me conozco bien; eso me ayuda mucho”, explica con naturalidad.

Desde ahí lanza algunos consejos a quien esté tentado por el formato Backyard. El primero, rebajar las ansias: tomarse la prueba con calma, a un ritmo “fructífero”, sin expectativas desmedidas. El segundo, cuidar las piernas como el tesoro que son. Y el tercero, quizá el más difícil, tener cuidado con la comida.

“Cuidado con comer en cada vuelta: suele ser tentación, la cabeza pide, pero no es conveniente”, advierte.

Por encima de todo, subraya una idea que resume bien su manera de entender la montaña y el ultra:

“Lo más importante: disfrutar y disfrutar en cada vuelta”.

Tras tres participaciones, considera que su ciclo en las Backyards está cerrado. Ha explorado el formato, ha sufrido, ha aprendido, ha ganado… y siente que es momento de pasar página.

No se despide, sin embargo, sin agradecer a quienes han hecho posible esta experiencia. A la organización, “siempre generosa y dispuesta al trabajo”. Y, sobre todo, a su equipo de apoyo, ese escudo de confianza que le acompañó “a todas horas y vueltas”.

Imanol no necesita grandes frases para explicarlo. Basta con esa mezcla de satisfacción, duda y gratitud que se le queda en la voz cuando habla de esas 41 vueltas: un viaje largo alrededor de un circuito corto para entender, una vez más, hasta dónde puede llegar el cuerpo… y hasta dónde está dispuesto a llegar el corazón.